Stravinsky |
Decía
Igor Stravinsky que “La invención supone la imaginación, pero no debe ser
confundida con ella, porque el hecho de inventar implica la necesidad de un
descubrimiento y de una realización. Lo que imaginamos, en cambio, no debe
tomar obligatoriamente una forma concreta y puede quedarse en su estado
virtual, mientras que la invención es inconcebible fuera del ajuste de su
realización en una obra.” [1]
Esto se aplica no solo a la música, sino a cualquier manifestación artística,
puesto que un artista solo puede constituirse como tal por medio de la
invención. La imaginación es apenas un vehículo, fundamental en todo caso, pero
que depende absolutamente de la realización para concluir su propósito.
Stravinsky
afirmaba también que la finalidad del artista no es pensar, a pesar de ser
indudablemente un intelectual, sino crear.
A
continuación me propongo comparar el oficio del escritor de ficción con el del
artista, teniendo en cuenta las reflexiones de Stravinsky al respecto de dicho
título: “En los comienzos, el nombre de artista se daba solamente a los
maestros en artes: filósofos, alquimistas, magos. Los pintores, escultores,
músicos y poetas no tenían derecho más que a la calidad de artesanos.”[2]
No fue sino hasta el Renacimiento que se revindicaron dichos quehaceres,
otorgándoles el título de artistas.
Como soy ilustradora, intentaré explicarlo
desde la perspectiva de mi propio oficio. Todos conocemos los nombres de los
dibujantes más notables como Leonardo da Vinci, Gustave Doré o William Blake
(quien, sabemos, fue también poeta). Pero pocos entienden realmente la
definición de dibujo. Se limitan a pensar que todo arte gráfico es, en esencia,
dibujo. Lo cual no solo es incorrecto, sino también improbable. No puede
llamarse dibujo a las pinturas de Dalí, o de Picasso o, para que no vayamos tan
lejos, de Fernando Botero. El dibujo es, fundamentalmente, la manera de
representar la forma en un soporte plano y a través de líneas y contornos que
la delimitan. La pintura, por el contrario, se logra a partir de masas de color
superpuestas, yuxtapuestas o acomodadas de tal manera que manifiestan también
la forma. Son modalidades completamente diferentes que están condensadas dentro
de una misma categoría dentro de las bellas artes, pero que subsisten como
formas gráficas absolutamente diferentes. Ahora bien, la definición de dibujo
encierra a su vez diferentes subcategorías, como el dibujo artístico, el
geométrico, el arquitectónico y el industrial.
Para efectos de este texto voy a valerme de
la noción de dibujo artístico como comparativo a la literatura de ficción. Tal
y como lo he mencionado anteriormente, el dibujo es la representación de la
forma, la traducción del mundo que nos rodea a un soporte bidimensional que lo
recrea de manera fiel. Puesto que el ojo humano solo puede percibir masas
coloreadas y volumétricas, la finalidad del dibujo es generar una abstracción
en nuestra mente, procesar dichas masas hasta darles la categoría de formas y
luego plasmarlas en un sustrato que las delimita. Hasta ahora es más o menos
obvia la similitud con el proceso creativo del escritor de ficción, que es en
esencia un dibujante, que se vale del código escrito para manifestar esa
abstracción que su mente hace del mundo real. Y me atrevo a llamarlo dibujante,
puesto que el dibujo, como la letra, es un signo. Más específicamente se trata
de un signo visual, que depende a su vez del signo icónico, el indéxico y el
simbólico. En este caso me remito a Eco para explicar la naturaleza del signo
que, según él, es algo que debe “transmitir una información, para decir, o para
indicar a alguien que otro conoce y que quiere que lo conozcan lo demás
también”[3] Desde tiempos
remotos el hombre ha utilizado el dibujo como signo para ejercer una
comunicación. Desde los petroglifos, pasando por los pictogramas, los
jeroglíficos, y así, hasta llegar al alfabeto.
Pero, volviendo al dibujo
artístico, ésta es tal vez la rama más libre de dicha práctica, la que no
siempre está limitada por los lineamientos técnicos o matemáticos que atañen a
las demás. En el dibujo artístico, el dibujante ve y, a la vez, imagina.
Parafraseo a Cortázar cuando afirmaba que la ficción es el mundo visto a través
de los ojos de otro, de su lente particular. En el dibujo artístico sucede lo
mismo. La línea, el trazo y la forma están inevitablemente viciados por el
dibujante, pero no siempre dan fe de su visión del mundo, sino de lo que le
interesa que percibamos. Los retratos y los paisajes varían entre lo real y lo
surreal. Es aquí donde el dibujo evoluciona a la ilustración, a la caricatura,
etc.
Julio Cortázar |
En esto también se hace un guiño
con la ficción. Según Cortázar, “Lo
fantástico y lo misterioso no son solamente las grandes imaginaciones del cine,
de la literatura, los cuentos y las novelas. Está presente en nosotros mismos,
en eso que es nuestra psiquis y que ni la ciencia, ni la filosofía consiguen
explicar más que de una manera primaria y rudimentaria.”[4] De manera que todos los seres
humanos nos movemos en esa delgada línea que divide lo real de lo fantástico y
somos capaces de usar nuestra imaginación para crear ficciones. Sin embargo, es
evidente que no todos poseemos la virtud del dibujo o de la escritura y que,
muy pocos de hecho, logran recrear sus propios mundos con éxito para que otros
puedan admirarlos. A mi juicio, solo los artistas tienen el poder de hacerlo.
Un dibujante, un escritor, tiene algo así como una llave mágica con la que
puede abrir la puerta que encierra ese mundo interior que se menciona arriba
¿Qué son Cortázar, Borges, Kafka, sino dibujantes de una realidad que solo
conocemos por medio de su lápiz creador? ¿Qué son las novelas, los cuentos,
sino enormes dibujos, algunos a modo de laberinto interminable, como los que
dibujaba M.C Escher, donde podemos ver las formas que la letra evoca? Tanto el
lápiz como la pluma han logrado construir una plataforma donde conviven los
innumerables universos de cada autor, habitados y completados por el lector,
que se ve reflejado en ellos y por eso le es posible comprenderlos. Más de una
vez los hemos relacionado inconscientemente. ¿Acaso no imaginamos, cuando
leemos, los rostros de los protagonistas a modo de imágenes? ¿No nos hemos
detenido en medio de la lectura para cerrar los ojos y pensar en el retrato de
Ligeia, de Berenice, de Annabel Lee? Por otro lado, ¿cuántas historias se han
inspirado en los dibujos de Durero? ¿Cuántos libros se han dedicado a descifrar
los retratos de da Vinci?
Un buen dibujante, como un buen escritor, será un
arquitecto de lo fantástico, un ingeniero de mundos imposibles en constante
evolución gracias al aporte de quienes lo habitan (sus lectores), que no son
otra cosa que su fuente de energía, su motor. El dibujo no tiene un propósito
sino hay alguien al otro lado del sustrato para apreciarlo, para completarlo a
partir de sus impresiones, de las emociones que le suscita, del efecto que deja
impreso en él. Y sucede lo mismo con la literatura. Están unidos por el mismo
cordón umbilical que los conecta con un espectador desconocido, pero
fundamental para su existencia.